No fue sino hasta recibir su diagnóstico, tras una semana de hospitalización, que muchas cosas empezaron a tener sentido para Laura.
Los cobros a la tarjeta por compras sin lógica ni necesidad. Multas por parquearse en zonas amarillas y citaciones judiciales por reñir con los oficiales a cargo, pleitos inútiles de los cuales no tenía memoria. Madrugadas de insomnio dedicadas a trabajar, cocinar u ordenar la casa, seguidas de períodos de incapacidad laboral, engullendo licor y sintiéndose la persona más ruin sobre la faz de la tierra.
Cierto, vivir con nuestras emociones puede ser duro. Pero las necesitamos. Nos definen por lo que somos. Y no menos cierto es que las emociones nos poseen también, haciendo de nuestras vidas un cielo o un infierno. De allí que encauzarlas y dirigirlas sea requisito de toda madurez.
Pero hay casos en los que las emociones no solo son quienes dirigen a las personas que las hospedan. Las arrastran por turnos y sin gentileza hacia límites opuestos, exponiéndolas en el camino a graves peligros y tribulaciones. En todo eso pensó Laura al oír por primera vez su diagnóstico: trastorno bipolar.
Asignatura pendiente.
A regañadientes, hemos ido aprendiendo como civilización que hay cosas sobre las cuales simple y llanamente no podemos damos el lujo de la frivolidad. No nos las tomamos a la ligera y, mucho menos, hacemos bromas sobre ellas, se trate ya de la violencia en las relaciones, la segregación socioeconómica, la intolerancia a la diversidad sexual y cultural, el abuso infantil, las dolencias mentales o el suicidio.
Pero el trastorno bipolar y sus trastornos relacionados son asignatura pendiente. Por alguna egoísta razón, seguimos creyendo que es perfectamente lícito hacer objeto de burla ya sea a la enfermedad o a quien la padece.
El caso es que no, no lo es. El trastorno bipolar es una condición crónica y sin cura, de una extraordinaria dureza para quien la sufre, exponiéndole -en caso de no recibir la ayuda profesional indispensable-, a un gran sufrimiento y a un despiadado deterioro tanto en su calidad de vida como en sus relaciones interpersonales.
Por un elemental sentido de decencia y solidaridad, es tiempo ya de que le demos la importancia que realmente se merece y nos dejemos de chistes fáciles.
Un péndulo despiadado.
El trastorno bipolar es una enfermedad mental que se caracteriza por cambio extremos de naturaleza patológica e inadaptativa en el estado de ánimo. Quien la sufre porta una especie de péndulo, insensible a las órdenes, que le hace bascular de un borde al otro de sus emociones, con poca o ninguna conciencia de ese proceso.
De tal forma, los períodos de desaliento y depresión alternan con períodos de excitación y desbordes de actividad (manía o hipomanía), que pueden tomar la forma del entusiasmo más frenético o de la irritabilidad más insoportable.
El trastorno bipolar puede presentarse en algunas de las siguientes variantes básicas:
– Trastorno bipolar I: Se ha sufrido al menos un episodio maníaco que puede estar precedido o seguido de un episodio hipomaníaco o un episodio depresivo mayor (el episodio maníaco puede conllevar una alteración en la percepción de la realidad, lo cual agrava el episodio).
– Trastorno bipolar II: Se ha sufrido al menos de un episodio depresivo mayor y de un episodio hipomaníaco, sin presencia de episodios maníacos. La mayor prevalencia de episodios depresivos en esta modalidad -con respecto a la anterior-, la hace igual de incapacitante y lesiva para quien la padece.
– Trastorno ciclotímico: Al menos durante dos años (un año en el caso de niñas, niños y adolescentes) se han presentado de manera alterna períodos con síntomas hipomaníacos y depresivos, sin la intensidad de las dos modalidades anteriores.
Por lo general, la enfermedad tiende a aparecer entre los últimos años de la adolescencia y los primeros de la vida adulta.
Si bien los períodos de depresión son más frecuentes que los de manías, el patrón no es igual para todas las personas.
En algunas, las crisis se presentarán de forma esporádica, mientras en otras se sucederán con frecuencia (ciclo rápido) o bien presentarán simultáneamente síntomas de manía y depresión (episodios mixtos).
En cualquiera de los casos, el trastorno bipolar y sus trastornos asociados son una constelación de dolencias mentales que merecen toda nuestra atención, y quien las padece, todo nuestro apoyo.
Al menos un 3% de la población mundial vive bajo este flagelo y, de no brindárseles la ayuda que necesitan, su equilibrio psicológico se irá deteriorando progresivamente, dando curso a otras enfermedades mentales (ansiedad, trastornos de la conducta alimentaria, trastornos de la personalidad) o físicas (cardiopáticas, endocrinas), sin dejar de lado los problema legales, financieros, sociales, laborales y comunitarios, así como el omnipresente riesgo del suicidio.
Manía e hipomanía.
Quizás sean los episodios maníacos e hipomaníacos los que más han contribuido a darle su triste fama a este trastorno.
Tanto la manía como la hipomanía conllevan una aceleración de la actividad física y cognitiva, si bien la mayor severidad de la manía puede implicar una alteración del contacto con la realidad (psicosis) y, por ende, la necesidad de hospitalización.
En fases de esta naturaleza, la persona experimentará una mayor velocidad de su procesamiento mental, pero la calidad del mismo será muy deficiente.
Por ello, presentará una fuerte tendencia a la actividad y una escasa propensión a dormir. Su pobre razonamiento la hará proclive a las decisiones imprudentes y a las conductas temerarias (bebida, drogas, juego, relaciones sexuales, riñas, derroche económico, apuestas), con poca o ninguna anticipación de las consecuencias para sí misma.
Tanto su pensamiento como su lenguaje difícilmente hilarán idea lógica alguna, saltando sin orden entre unas y otras.
Se inmiscuirá excesivamente en actividades o interacciones ajenas, tendrá muy poco manejo de la frustración y será proclive a generar grandes proyectos con escaso realismo, por lo general unidos a una idea eufórica de sí misma inflada y egocéntrica, en la que no concebirán la más mínima posibilidad de que las cosas puedan salirle mal.
Abatimiento y desesperanza.
Ya en la fase depresiva, la persona entrará en un fuerte proceso de erosión física y mental.
La euforia dará paso al abatimiento y a la desesperanza; la grandiosidad personal al reproche y a la culpa, máxime cuando se empiecen a afrontar las consecuencias de las decisiones tomadas durante el episodio maníaco.
Será hora de lidiar con las deudas, de cancelar todas las suscripciones y afiliaciones, de ver de dónde se saca el dinero derrochado y de ingeniárselas en cómo reparar las relaciones dañadas.
El pensamiento se obstruye, la persona se descuida en su higiene e indumentaria y una profunda sensación de desesperanza le resta todo atractivo a la vida.
La dificultad para concebir el sueño se mantiene al precio de la fatiga, ya no de la euforia, pudiendo incluso tomar su puesto un sueño desmedido y estéril que en nada nutre.
Los atracones da paso a la inapetencia y con las dificultades heredadas por cortesía del ímpetu anterior, la idea del suicidio puede aparecer en lontananza, requiriéndose una intervención profesional urgente.
Un sutil desbalance.
¿Qué causa el trastorno bipolar? A ciencia cierta, aún no lo sabemos. Quizás nunca lo sepamos del todo.
Todo parece indicar que múltiples zonas cromosómicas en diversas áreas del mapa genético contribuyen a un sutil desbalance de la química cerebral, así como a pequeñas alteraciones en la estructura y la función de las áreas a cargo tanto del procesamiento de emociones como del pensamiento y las tareas ligados a ellas.
Ello explicaría la alta probabilidad de la aparición del trastorno en parientes en primer grado de una persona con esta condición mental. Ello explicaría también por qué un tratamiento eficaz es prácticamente impensable sin una adecuada intervención farmacológica.
El tiempo y la ciencia nos ayudarán a ir comprendiendo aún más la naturaleza última de esta enfermedad para afrontarla con mejores resultados.
Por lo pronto, hemos ido entendiendo mejor los factores ambientales que contribuyen a activar o empeorar los episodios de la enfermedad (historial de abuso o violencia familiar, consumo de drogas, malos hábitos de autocuido, débiles redes de apoyo, episodios traumáticos, pésima higiene del sueño).
Lo anterior nos ha permitido generar no solo un valioso cuerpo de conocimiento sino también una necesidad de movilizar conciencia sobre la importancia de atender este afección mental y ayudar a quienes la padecen.
Ello nos lleva a la pregunta fundamental de siempre: ¿qué podemos hacer?
¿Qué podemos hacer?
1. Aceptación (que no resignación).
Tengamos claridad: el trastorno bipolar es una afección de por vida.
Al momento presente no tiene cura y no hay forma certera de impedir en su totalidad los episodios, sean ya de manía o depresión.
Aún más, ni tan siquiera mejora solo. Ya seamos nosotros quienes lo padecemos o alguna persona cercana, el afrontamiento exitoso de la enfermedad excede con mucho los propios recursos individuales.
Necesitamos por ello el concurso tanto de nuestra red de apoyo como de los profesionales en salud mental. Nada logramos con negar que aquí todo está tranquilo y nada malo sucede.
¿Qué es lo que sí podemos hacer, entonces? ¡Comprometernos! ¡Sí! Comprometernos con nuestro tratamiento y con el aprendizaje que implica convivir con la enfermedad, minimizando sus efectos.
Esto nos lleva a otro paso, un paso fundamental, que, ¡ese sí!, nadie puede dar en nuestro nombre.
2. Dar un paso al frente y romper con el estigma.
Lo dijimos anteriormente: como sociedad, no hemos terminado de abordar con la seriedad debida lo que significa tener un trastorno bipolar.
Es fundamental luchar contra el estigma social, los estereotipos y los prejuicios, tanto hacia la enfermedad como hacia quienes la padecen.
Levantemos la mano, demos un paso al frente, pidamos ayuda, defendamos a quienes son escarnecidos por tener que vivir con esta condición, mostrémonos intolerantes con la intolerancia de quienes quieren disfrazarla como cobardía, deseos de llamar la atención o simple excentricidad.
Lo que nos negamos a afrontar, eso es lo que nos destruye.
3. Educarnos.
El conocimiento es poder, poder para afrontar con éxito y disminuir los riesgos que implica convivir con el trastorno bipolar.
Aprendamos todo lo que podamos sobre él, a fin de crear una cultura preventiva en nuestras vidas.
¿Qué lo activa? ¿Con que regularidad se presenta en nuestro caso? ¿Cómo se manifiesta en cada una de nuestras etapas? ¿Qué debemos hacer para evitar los episodios o minimizar su intensidad? ¿Cómo podemos protegernos de las consecuencias de los mismos? ¿Con cuál medicación nos sentimos mejor? ¿Cómo podemos tener a mano los contactos necesarios en caso de necesitarlos con urgencia?
4. Comprometernos con la terapia farmacológica.
Hay que decirlo: el tratamiento farmacológico es indispensable para afrontar con éxito losdesafíos y las dolencias que conlleva el trastorno bipolar.
En este punto, no tienen cabida los prejuicios ni las decisiones carentes de información objetiva.
A diferencia de pasadas generaciones, hoy en día contamos con amplitud de medicamentos eficaces que, en manos de facultativos competentes, pueden hacer una enorme diferencia, y para bien, en nuestras vidas.
Si deseamos una adecuada calidad de vida, es fundamental tener una relación cercana con el médico especialista en salud mental, tomar los medicamentos en las dosis justas y en las horas prescritas (aquí la precisión y la disciplina son fundamentales).
Por nada del mundo debemos hacer cosas inconsultas, tales como dejar de tomarlos, alterar las dosis o cambiar la frecuencia de la ingesta.
Si comenzamos a experimentar efectos secundarios desagradables, de inmediato hagámoslo saber a nuestro médico, a fin de valorar cambios o adiciones que permitan reducir los mismos. La mayoría de los efectos secundarios desaparecen tras un par de semanas de haber iniciado el tratamiento.
¡Ah, una cosa más! Al sentir la más leve mejoría o con un leve despunte de un episodio maníaco, podremos caer en la tentación de convencernos de que ya todo terminó y estamos curados. Es cuando más vulnerables nos encontraremos.
Lo dicho: por ninguna razón descontinuemos el medicamento y hagamos saber a la brevedad estas consideraciones a nuestro profesional en salud.
Si abandonamos abruptamente el fármaco prescrito, nos exponemos al doble riesgo de una severa recaída y a generar resistencia al medicamento, ganándonos por ello el necesitar dosis más fuertes.
5. Comprometernos con la psicoterapia.
Al igual que con la farmacoterapia, la psicoterapia es fundamental, sobre todo en las primeras etapas del proceso.
Nos será de gran ayuda, a nosotros y a nuestros seres queridos, en la aceptación de convivir con esta dolencia.
Nos permitirá explorar estrategias de afrontamiento productivas, canalizar el estrés, el miedo y la frustración que conllevan sus altibajos y las consecuencias que de ellos se derivan.
Nos permitirá mantener la esperanza y la convicción de que, con un adecuado seguimiento, una vida satisfactoria y productiva es plenamente posible.
6. Buscar grupos de apoyo.
Nada como la comprensión y la sabiduría de aquellos que comparten nuestra misma condición y la han afrontado exitosamente (excluyamos aquí a charlatanes y farsantes).
Busquemos grupos de apoyo, tanto en nuestra condición de paciente como en nuestra condición de ser querido de uno.
El solo hecho de sabernos en compañía y respaldo de personas que comparten nuestra lucha diaria, es uno de los más poderosos factores motivacionales que podamos imaginar.
7. Identificar los factores de riesgo.
Prevenir es lo mejor que podemos hacer. Y en el caso del trastorno bipolar, esto adquiere una importancia fundamental.
La mejor forma de conjurar el riesgo de un episodio, en cualquiera de sus extremos, es identificar los factores de riesgo y evitar exponernos a ellos.
Quizás se trate del consumo desmedido del alcohol. O tal vez el estrés del trabajo que no manejamos adecuadamente.
¿Nos echamos al hombro más responsabilidades de las que podemos asumir? ¿Nos congregamos en un entorno tóxico, con un ambiente culpabilizante y un ministro para quién todo está mal?
¿Vivimos justificando las conductas abusivas de nuestra pareja? ¿Nos desvelamos hasta la madrugada husmeando en redes sociales e iniciamos el día con escasas horas de sueño?
8. Identificar las señales y actuar en consecuencia.
Genial. Hemos identificado ya los factores de riesgo. Es tiempo de conjurarlos, pues. Pero no basta con ello.
Nunca podremos estar 100% seguros de que un episodio o una recaída no vienen en camino. Y no se trata de que esperemos a que toquen a nuestra puerta.
Conforme pasa el tiempo, los episodios, en especial los de naturaleza maníaca o hipomaníaca, comienzan con sutiles premoniciones que es vital saber leer para tomar las medidas pertinentes.
Acaso sea un creciente cosquilleo en todo el cuerpo. O quizás una progresiva dificultad para dormir porque empezamos a sentir que deberíamos estar haciendo algo útil con nuestras vidas en vez de desperdiciarla en la cama.
Tal vez un ardor en la base de la columna que por momentos se torna quemante. O esos pensamientos necios que cada vez llegan más atropelladamente a la cabeza sin tiempo para convertirlos en palabras.
Quizás la idea obsesiva, salida de la nada, de ponerle sabor a la vida y hacer algo loco como dejarlo todo a un lado e irse a trabajar a un país del que nada conocemos. O también, dato importante por más que nos parezca exasperante y sin fundamento, la constante observación de quienes nos rodean, de que nos encuentran irritables e impertinentes sin motivo alguno.
9. Tener siempre un plan B.
Hemos captado las señales. Y sabemos que algo grande se viene. Es tiempo de moverse.
Llamemos de inmediato a nuestro médico. Alertemos a nuestras familias. Entreguémosle a alguien de confianza nuestras tarjetas de crédito.
Informemos a los docentes. En lo que tal sea posible, pongamos también en autos a nuestro empleador, por aquello de gestionar una incapacidad laboral.
No salgamos de casa sin estar en compañía de alguien. Entreguemos también las llaves de nuestro coche. Alejémonos de personas y eventos estresantes en lo que también nos sea posible.
Andemos siempre con nuestra identificación y nuestros datos de contacto, en caso de extravío o confusión.
Y sobre todo, aceptemos de buen grado toda otra medida preventiva que nuestros seres queridos tengan a bien aplicar para protegernos. Es por nuestro propio bien.
10. Construir estilos de vida saludables.
Un afrontamiento exitoso del trastorno bipolar pasa por toda una reingeniería en nuestros estilos de vida. Es llamativo lo bien que responde esta afección a los cambios positivos en esta área.
Cuidemos la calidad de la comida que consumimos. Organicemos nuestro tiempo y nuestro espacio para que nuestras obligaciones no se nos acumulen y nos lleven a extremos que estrés que propicien episodios o recaídas.
Los medicamentos que tomamos son sumamente sensibles -y para mal-, al alcohol, a los estimulantes como el tabaco y a las drogas. Es fundamental dejarlos a un lado, como también cualquier otro medicamento que tomamos sin el visto bueno de nuestro profesional en salud.
Démonos un tiempo para el ocio y la diversión, en compañía de quienes apreciamos. No solo le dan color a la vida. Canalizan la energía, evitando que se desborde o nos mengüe según el episodio que debamos afrontar.
Ah, y dejemos ya de compararnos y envidiar a los demás. Eso no resuelve en nada los problemas y solo le añade paja al fuego. Los seres humanos venimos en todas las formas y circunstancias imaginables y, en el juego de suma cero, todos tenemos nuestros propios desafíos que afrontar.
La diversidad de la existencia humana es lo que le da, como la diversidad de colores en las flores del campo, un motivo más a nuestra brega del día a día para salir adelante.
11. Cuidar los hábitos de sueño.
Un afrontamiento exitoso del trastorno bipolar pasa por toda una reingeniería en nuestros estilos de vida. Es llamativo lo bien que responde esta afección a los cambios positivos en esta área.
Cuidemos la calidad de la comida que consumimos. Organicemos nuestro tiempo y nuestro espacio para que nuestras obligaciones no se nos acumulen y nos lleven a extremos que estrés que propicien episodios o recaídas.
Los medicamentos que tomamos son sumamente sensibles -y para mal-, al alcohol, a los estimulantes como el tabaco y a las drogas. Es fundamental dejarlos a un lado, como también cualquier otro medicamento que tomamos sin el visto bueno de nuestro profesional en salud.
Démonos un tiempo para el ocio y la diversión, en compañía de quienes apreciamos. No solo le dan color a la vida. Canalizan la energía, evitando que se desborde o nos mengüe según el episodio que debamos afrontar.
Ah, y dejemos ya de compararnos y envidiar a los demás. Eso no resuelve en nada los problemas y solo le añade paja al fuego. Los seres humanos venimos en todas las formas y circunstancias imaginables y, en el juego de suma cero, todos tenemos nuestros propios desafíos que afrontar.
La diversidad de la existencia humana es lo que le da, como la diversidad de colores en las flores del campo, un motivo más a nuestra brega para salir adelante.
12. Hacer de la serenidad una costumbre.
Nuestro acelerado estilo de vida moderno nos ha incrustado en la mollera que todo tiempo dedicado a uno mismo, a sentarnos en quietud y a gusto, a solas con nuestra propia esencia, es una pérdida de tiempo.
Nada más alejado de la realidad. Una cultura de paz mental es la piedra fundacional en toda vida saludable. Y el trastorno bipolar no es la excepción.
Cultivar actividades y aficiones serenas como la meditación, la contemplación, la jardinería, algún arte, el ajedrez, la pintura, la siembra, contribuirá a fortalecer en nosotros el músculo de la tranquilidad, músculo que nos sostendrá en pie cuando los embates de la manía o la depresión pretendan tumbarnos la puerta.
13. Alejarse de relaciones tóxicas y negativas.
Pongámoslo así de simple: parte de identificar los factores de riesgo pasa también por identificar aquellas personas cuyas actitudes y conductas lesivas se convierten también en elementos estresantes.
Ya sea que se trate de personas imposibles de complacer, críticos a tiempo completo, quejumbrosos victimistas, agresores solapados o en activo, manipuladores sin miramientos o imprudentes que inciten a conductas de riesgo o a descuidar el plan de tratamiento, es nuestro deber identificarlas, alejarlas de nuestras vidas o, en el peor de los casos, minimizar sus efectos en nuestro estado de ánimo.
14. Hacer actividad física permanente.
La actividad física, con supervisión profesional, es un extraordinario vehículo para liberar y equilibrar energía.
Como ya hemos dicho en otros artículos, toda actividad física moderada que nos sea placentera (llámese trotar, caminar, bailar, nadar, andar en bicicleta, aeróbicos) no solo ayudará a liberar en el torrente sanguíneo esos preciosos químicos denominado endorfinas que contribuirán a hacernos sentir bien de manera natural.
También ayudará a mantener calibrado el sensible termostato cerebral responsable de la regulación de nuestras emociones.
15. Nunca perder de vista el camino.
El plan de tratamiento es una estrategia que se organiza a largo plazo, tomando en cuenta todas las posibles incidencias, pero que se vive día con día, afán con afán.
No perdamos nunca de vista, ni aún en los momento de mayor tensión o desaliento, la verdadera finalidad: cuidarnos y recuperarnos tras cada recaída.
Tengamos en claro que, inevitablemente, habrá momentos en que deberemos recoger los estropicios que el trastorno provoque en nuestras vidas.
Pero no siempre será así. Conforme pase el tiempo y aumente nuestra destreza en convivir con él, aprenderemos a ganarle la partida, a oler las trampas, evitar las zancadillas y protegernos de los deslices.
Ello no es poca cosa: al fin y al cabo, es lo que cada ser humano debe hacer en este planeta con su drama personal, ya sea que padezca o no este trastorno.
Flores en el campo.
El 24 de diciembre de 1888 un hombre pelirrojo de edad mediana ingresó al hospital de Arles, Francia, tras haberse cercenado la oreja después de semanas de comportarse erráticamente y decir sentirse atormentado por voces que lo compelían a lastimarse.
El diagnóstico de ingreso no pudo ser más elocuente: manía aguda con delirio generalizado.
El paciente en cuestión se ganaba la vida como pintor y ni los años de sufrimiento con la enfermedad antes y después de este incidente pudieron impedir que nos regalase a las futuras generaciones algunas de las más coloridas creaciones pictóricas que el mundo ha conocido, creaciones cuya contemplación alegran el espíritu.
¿Su nombre? Vincent Van Gogh. Y su en honor, cada aniversario de su nacimiento, el 30 de marzo, celebramos el Día Mundial del Trastorno Bipolar.
Él nos enseñó con su ejemplo, en un mundo que poca esperanza podía darle al respecto, a comprometerse con la vida a pesar de las desdichas que su padecimiento le reportaba. A comprometerse con una misión, un arte, un algo que lo apasionaba y encontrar así refugio y fortaleza para seguir adelante.
Con su ejemplo nos enseñó la actriz Carrie Fisher, la inolvidable princesa Leia de la saga de la Guerra de las Galaxias, quien en la vida real también tuvo que lidiar con su propio lado oscuro de la Fuerza, al dar un paso al frente en el año 2000 y conmover el mundo del espectáculo (ya de por sí bastante frívolo) declarando su lucha de toda una vida contra este padecimiento, primera vez que alguien lo hacía bajo las marquesinas.
Con sus testimonios y el de muchas otras personas, algunas más conocidas que otras, algunas desde el más digno anonimato, se ha ido creando poco a poco una red de esperanza que permite reconocer la magnitud de este desafío y tender nuestra mano a quienes tienen que darle la cara día con día.
Cierto, el trastorno bipolar es una afección que nos acompañará por toda la vida, ya sea que la vivamos en carne propia o que seamos testigos cercanos. Pero la clave estriba en saber cuidarnos.
Con un adecuado plan de tratamiento, es posible afrontarla exitosamente y reducir los efectos en los cambios perniciosos del estado de ánimo.
Lo que cuenta es sentirnos bien. Para seguir aferrándonos a la vida, que es para lo que vinimos a este mundo. Para que el campo siga siempre floreciendo.
Me encantó la descripción tan amena y sencilla del trastorno bipolar, muchas gracias y sigue así, de didáctico, para que aprendamos más sobre los que nos aqueja a la humanidad.
Saludos cordiales, mi estimado don Álvaro y mil disculpas por la tardanza en responderle pero tuve algunas dificultades técnicas con el correo de mi página web. Me alegra mucho que le haya sido de utilidad y me honra el contarlo a usted entre mis lectores. Saludos cordiales y todo lo mejor para usted y sus seres queridos.