Después de todo, estaba escrito: con las vacunas nacerían los movimientos antivacunas. Estos fueron el ineludible efecto secundario de aquellas, uno más junto a las fiebres transitorias, los dolores de cuerpo temporales y las erupciones cutáneas pasajeras. A pocos años de las novedosas prácticas del médico británico Edward Jenner y de la incontestable eficacia de las mismas en la prevención de la viruela, la sociedad inglesa ya se oponía, ruidosa y vehementemente, a la sola idea de recibir en sus sagrados cuerpos fluidos provenientes de vacas, criaturas inferiores en el orden divinamente instaurado y que podían generar espantosas consecuencias a largo plazo. Ese temor y no otro fue el que magistralmente ilustró en 1802 el padre de la caricatura política, James Gillray, en su burlona ¡Los maravillosos efectos de la nueva inoculación!: correctos y aterrorizados ciudadanos observando las excrecencias bovinas que surgen de sus cuerpos después de someterse a la infame práctica del doctor Jenner.
Sin saberlo entonces, Gillray logró captar magistralmente en su sátira el argumento central que, con las variantes propias de épocas y circunstancias distintas, esgrimirían los movimientos antivacunas en adelante: los beneficios de la vacunación no compensan los riesgos y las consecuencias nocivas de la misma. Riesgos que podrían ser, dependiendo de la óptica y el gusto, físicos, religiosos, económicos, mentales, morales o políticos. Pero riesgos, al fin y al cabo. Los matices no harán sino variar en función del vociferante de turno. Pero lo que se mantiene a la fecha y en esencia -inclusive con un auge preocupante-, es la intensidad de la militancia. Lo suficiente como para que la Organización Mundial de la Salud declare a los movimientos antivacunas como una de las diez amenazas más serias a la salud contemporánea.
Una paradoja innecesaria
®Owen Beard (Brisbane, Australia)
Lo que realmente desconcierta e indigna es que los movimientos antivacunas sacan provecho de la seguridad en materia sanitaria que las vacunas mismas nos proporcionan. El patrón ha sido ya repetidamente identificado: cuando las enfermedades infectocontagiosas mayormente erradicadas comienzan a desaparecer de la memoria colectiva, precisamente gracias a las vacunas, damos por evidente y natural el estado actual de seguridad inmunológica colectiva y desviamos nuestra atención a los efectos secundarios de las mismas, a sus consecuencias, a la indignante obligatoriedad de recibirlas, a los posibles intereses económicos tras ellas. Las vacunas se convierten así en las nuevas fuentes de riesgo y de sospecha, en sustitución de temidas enfermedades originales.
De tal forma, sectores sensibles de la población comienzan a desatender los planes de vacunación hasta que se convierten en portadores de nuevas cepas virales cuya irrupción, aparte de los daños que causa, genera una demanda inmediata de vacunas, enfriando el sentimiento antivacunas temporalmente, hasta la próxima etapa de bienestar inmunológico. Y todo ello justo en un momento de la historia de la ciencia en que más recursos eficaces tenemos a la mano para erradicar las dolorosas consecuencias de enfermedades completamente previsibles. Es como negarse a tomar agua al borde del oasis justo después de una larga y miserable travesía a rastras por el desierto. Y como carburante de este ciclo, junto a nuestros ancestrales temores evolutivos a la enfermedad y al dolor, encontramos todo tipo de ligerezas mentales, de prejuicios y argumentos pseudocientíficos, cuando no claramente interesados, que se mezclan con un analfabetismo científico alegremente pagado de sí mismo y, peor aún, disfrazado de corrección, civismo y rectitud.
Lo anterior ha sido magistralmente sintetizado por el presidente de la Asociación Española de Vacunología, Amós García Rojas: el debate no es entre si aceptamos las vacunas o las rechazamos. ¡No! El verdadero meollo del debate, lo que verdaderamente está en juego aquí, es el pulso entre la racionalidad y la ausencia de racionalidad, entre el conocimiento y la evidencia científica por un lado y la carencia de estos por el otro. No por azar, los cuestionamientos a las vacunas surgen mayoritariamente en campos ajenos a la ciencia, cercanos a la creencia y, muy especialmente, al deseo de creer en una dirección en específico. Dicho de otra forma, los movimientos antivacunas suelen ser uno de los tantos y recurrentes ataques a la modernidad científica. Y como tales hemos de entenderlos, a fin de abordar la pregunta fundamental: ¿valen las vacunas el riesgo?
¿Valen las vacunas el riesgo?
Hombre con lesiones cutáneas y oculares a causa de la viruela. (Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades, EEUU, 1972)
¡Claro que sí! ¡Rotunda y absolutamente! Que podamos estar en este momento debatiendo sobre las bondades y riesgos de las vacunas, en vez de haber sido aniquilados en lo más tierno de nuestras infancias por enfermedades como la viruela, la poliomielitis, el sarampión o la tosferina, dice mucho a favor de ellas. Gracias a la vacunación la viruela, un azote de proporciones bíblicas que aterrorizó a la Humanidad desde sus primeros pasos, hoy se reduce a dos cepas celosamente vigiladas en sendos laboratorios de los Estados Unidos y la Federación Rusa. Su erradicación se logró después de cobrarse la friolera de 300 millones de seres humanos solo en el siglo XX, reportándose el último caso en el este de Somalia, en 1977. Y gracias también a las vacunas, el azote de la poliomielitis logró reducirse, para el año 2015, a un 1% de incidencia mundial, cifra también compartida con la rubéola.
La vacunación, nos guste o no, sigue siendo el más eficaz y contundente método preventivo para combatir las enfermedades infectocontagiosas, enfermedades con una destructiva capacidad de propagación, en virtud de su propia naturaleza. En adición a lo anterior, es un recurso invaluable en la racionalización de los gastos sociales y económicos que implicaría la atención de los pacientes con secuelas de estas dolencias, lo que permite dirigir dichos recursos a la atención de enfermedades crónicas u otras. Esto último se torna especialmente importante tratándose de países con sistemas de salud pública que se sustentan sobre recursos limitados y deben maximizar el beneficio de su utilización. La utilidad de las vacunas es una de las más sólidas certezas que la investigación científica en el ámbito de las ciencias de la salud nos ha legado. Ha contribuido significativamente al aumento de la esperanza de vida, a los índices de desarrollo humano de los países que velan por una aplicación responsable de las mismas y a la democratización de la salud como un derecho humano. Teniendo en claro esto, pasemos revista a algunas de las objeciones más comúnmente esgrimidas.
Inventariando las culpas
1. Los beneficios de las vacunas no son comparables con sus nocivos efectos secundarios: Falso, a nivel tanto individual como social.
Comenzamos con una variable más específica de la objeción inicial, ya abordada líneas arriba. Para empezar, seamos claros: todo tratamiento médico tiene efectos secundarios. Las vacunas no son la excepción y la experiencia acumulada en poco más de dos siglos de aplicación nos demuestra que los beneficios superan con creces a sus efectos secundarios. La evidencia está allí para demostrarlo. Los seres humanos simple y llanamente ya no caemos como moscas antes de alcanzar la pubertad, por culpa de las enfermedades infectocontagiosas.Más aún, no perdamos de vista que las vacunas se aplican a personas saludables, con fines preventivos. Los potenciales efectos secundarios por norma son mucho más leves, cuando no atípicos, que las consecuencias de la enfermedad que van a prevenir. Los gobiernos, obligados por normas internacionales, deben celar cuidadosamente por los potenciales efectos secundarios de las vacunas que aprueban para sus poblaciones y los fabricantes deben cumplir estrictos protocolos de producción e investigación que, si bien podrían ser perfectamente manipulados, no los salvarían llegado el momento de litigios, demandas, daños a la imagen pública y costosos acuerdos extrajudiciales que los indispondrían con sus accionistas. Y, adicionalmente, no debemos omitir en este punto el riesgo de la distribución y venta de vacunas por medios no autorizados y sin las más mínimas condiciones de mantenimiento, lo cual lleva a adulteraciones del producto cuyos nocivos efectos -una vez aplicado-, inciden negativamente en la opinión pública.
2. Las vacunas causan enfermedades crónicas como el autismo (o alteran el ADN o implantan microchips, ¡es cuestión de gustos!): Más que falso, un absurdo sin fundamento científico.
Las vacunas han sido culpadas de causar todo tipo de enfermedades, -dependiendo de la época, el lugar y los gustos culturales del momento-, tales como la esclerosis múltiple, la diabetes tipo 1, encefalopatías diversas, alergias, enfermedades autoinmunes, epilepsia, síndrome de muerte súbita infantil y, por supuesto, no podía faltar, autismo. De ser ciertas todas estas acusaciones, hace décadas que las vacunas habrían aniquilado a la Humanidad, en lugar de contribuir a disparar su curva poblacional.Andrew Wakefield en Varsovia, 2019 (Bladość CC BY-SA 4.0)
El moderno movimiento antivacunas tomó su forma actual, amalgamando varias corrientes hasta entonces marginales, cuando el médico gastroenterólogo inglés Andrew Wakefield, desarrollando una investigación en 12 niños con trastornos del espectro autista y que habían recibido la vacuna triple viral (paperas – rubéola – sarampión) poco antes de las primeras manifestaciones de su condición, no tuvo mejor idea que declarar, después de haber publicado un artículo al respecto en la prestigiosa revista científica The Lancet, que los efectos secundarios de dicha vacuna podían incluir al autismo.
Para cuando se hicieron evidentes no solo la imposibilidad de replicar los resultados de los supuestos estudios de Wakefield en otras investigaciones, sino también la completa carencia de bases de datos genuinas para fundamentar sus conclusiones y sus relaciones previas con el lobby antivacunas, su reputación como médico estalló por los aires, perdiendo en el proceso su licencia profesional para ejercer. Pero el daño estaba ya hecho: los movimientos antivacunas habían encontrado su biblia de bolsillo, la supuesta evidencia científica de la que enojosamente carecían para defender sus objeciones cuando eran emplazados.
En el ojo público no quedó el hecho de que The Lancet se retractara de la publicación de Wakefield (doce lentos años después), endureciendo sus normas de publicación como consecuencia. En cuanto al autor del desaguisado, este quedó reducido a estrella itinerante del show antivacunas, fomentando la probabilidad de un aumento en los brotes epidémicos allí donde suele llevar su puesta en escena anti sistema, debilitando conquistas sanitarias que se tenían por sólidas.
3. Las vacunas contienen componentes tóxicos que generan graves efectos a largo plazo: Falso.
Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades, EEUU.
Efectivamente, las vacunas contienen componentes cuya potencial toxicidad ya se ha comprobado de previo existente en humanos (por razones ambientales o de ingesta), en niveles muy superiores a las que suelen presentar las vacunas. Ejemplo de lo anterior es el conservante etilmercúrico timerosal.
Otro ejemplo son las sales de aluminio empleadas como coadyuvantes inmunológicos, ayudando a incrementar la efectividad inmunológica a la vez que disminuyen la cantidad de virus inactivado requerido (algo que no es de poca importancia, tratándose de una sustancia que vamos a introducir en nuestro propio cuerpo). Dichas sales se aplican en cantidades infinitamente menores a las que estamos expuestos en virtud de nuestro intercambio con nuestro medio ambiente y salvo efectos secundarios menores muy específicos debidamente identificados, en ochenta años de control no se han detectado lesiones o efectos secundarios graves.
4. El exceso de vacunas debilita o sobrecarga el sistema inmunológico de la persona: Falso.
®Towfiqu Barbhuiya
Conocida también como teoría de la sobre vacunación, diversos estudios han encontrado infundada su aseveración fundamental. En primer lugar, “sobrecargarlo” es virtualmente imposible, toda vez que el sistema inmunológico estándar se enfrenta con holgura a centenas, cuando no miles, de virus y bacterias, día con día, de forma simultánea. Esa es precisamente la esencia de su éxito evolutivo. Paralelo a ello, el progresivo diseño de las vacunas ha reducido el número de componentes inmunológicos en estas, con lo cual el riesgo de “sobrecarga” es todavía menor. Por su parte, la vacunación tampoco genera debilidad inmunológica, toda vez que se aplica a cepas muy específicas, para las cuales se han detectado carencias de antígenos en las poblaciones objeto de la vacunación.
5. Es mejor la inmunidad natural que la que ofrecen las vacunas (variante de rigor: la inmunidad de rebaño se alcanza naturalmente): Ingenua y peligrosamente falso.
®Timon Studler (@derstudi)
Muchos habremos crecido escuchando frases bienintencionadas de semejante naturaleza: “hay que dejarlos que críen defensas”, “es mejor que la Naturaleza haga su trabajo”. Pues bien, efectivamente nuestros sistemas inmunológicos tienen una enorme capacidad para lidiar todos los días con miles de agentes externos hostiles, gracias a su historia evolutiva, como ya mencionamos. Pero todo tiene sus límites. Muchos agentes virales son extremadamente hostiles al organismo en el que se albergan y pueden aniquilar o dañar seriamente a una población de estos organismos, antes de que uno o dos puedan, “naturalmente”, generar defensa alguna, siendo ejemplo de lo anterior el sarampión y la poliomielitis. Por su parte, y no importa cuántas veces ataque, el tétanos no deja posibilidad alguna de lograr seguridad inmunológica alguna, con los cual todos los integrantes de una población estarían potencialmente condenados. Y para cereza del pastel, la falta de vacunación y su consecuente incremento en el riesgo de enfermedad no solo atenta contra la “inmunidad natural” del individuo, sino también contra la inmunidad del grupo, la única verdadera garantía en caso de una epidemia.
6. Las vacunas ya no son necesarias porque las enfermedades que combatían ya no existen (paradójicamente, gracias a la vacunación): Falso y, por añadidura, también ingenuo.
Hombre con atrofia y parálisis en su pierna y pie derechos, por causa de la poliomelitis. (Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades, EEUU).
Si bien la poliomielitis, como mencionamos líneas arriba, fue erradicada en un 99% a nivel mundial, el 1% restante bien puede hacer estragos en cualquier momento. De la viruela aún se encuentran restos fosilizados y quedan cepas de reserva en laboratorios bajo vigilancia estricta.
Pero eso es lo simple del asunto. Por mera mutación (una de las malvadas fuerzas evolutivas, junto a la selección natural), los virus se hacen más resistentes a las vacunas en existencia, con lo cual la administración periódica de refuerzos se hace fundamental.
Conforme la presencia del virus se disminuye en la población de organismos huéspedes, estos pierden la inmunidad colectiva en su memoria genética y los deja expuestos a nuevos brotes, cuando la vacunación se descuida, tal y como ocurrió con los brotes de tosferina en el Reino Unido en la segunda mitad de la década de los setentas en el siglo pasado, en Suecia a fines de esa misma década, en el Reino Unido con el sarampión para inicios de los años dos mil y actualmente en Nueva York con esta misma enfermedad.
7. La reducción en las enfermedades infecciosas ha sido gracias a mejores condiciones sanitarias y dietéticas, no a las vacunas: Irresponsablemente falso.
Si bien es innegable el hecho de que las condiciones de hacinamiento insalubre que tradicionalmente acompañaron a la Humanidad desde la revolución agrícola, así como las carencias alimenticias asociadas, fueron caldo de cultivo para las expansiones infectocontagiosas, lo cierto del caso es que estas últimas siguieron haciendo estragos en clases altas, con buena dieta y adecuada higiene, no solo en épocas antiguas sino también en centurias más recientes. El descubrimiento de lesiones debidas a la viruela en momias conservadas en la tundra siberiana, nos muestra que aún en semejantes climas de aire acondicionado y con algunos de los índices de más baja densidad poblacional del planeta, los humanos no se encontraron a salvo de las garras infectocontagiosas.
8. La vacunación obligatoria viola mi libertad personal: Falso y, en adición, funestamente egoísta.
®Nadine Shaabana (@nadineshaabana)
Este argumento es una lectura irresponsablemente simplista del tema de la libertad personal. Cierto, el establecer como obligación los programas de vacunación, puede generar dilemas sociales incómodos, en especial tratándose de niños que no han sido vacunados, en términos de acceso a los servicios escolares o de la patria potestad de los padres. En ese sentido, los padres y madres de familia, en especial aquellos primerizos, tienen todo el derecho a solicitar la información objetiva que les permita aliviar sus dudas.
Pero hasta allí. Mi libertad personal no incluye el derecho a ser un paciente cero ambulante, dedicado a esparcir alegremente el virus, con los agravantes que ya vimos líneas arriba. Eso no es un ejercicio de libertad responsable; todo lo contrario, es un acto egoísta y negligente que pone en riesgo a aquellos segmentos inmunológicamente vulnerables dentro de la población o poblaciones en las que me muevo. Y en adición a lo anterior, nadie en su sano juicio estaría contento de ser contagiado mortalmente por un tercero irresponsable, en nombre del libre albedrío, la libertad constitucional o la Primera Enmienda. En este tema, la salud colectiva es una prioridad, pues de ella se derivan los derechos a la salud de los individuos. Como bien lo ha expresado el filósofo especializado en bioética Arthur Caplan, los sentimientos personales de los padres hacia las vacunas no deben interferir en el derecho fundamental de los niños a tener el mejor tratamiento médico posible, un derecho que no debe obstruirse en nombre de ninguna libertad antojadiza.
9. La vacunación viola (o atenta contra) mis creencias religiosas: Mayormente falso.
®Noah Holm (@noahholm)
Para cuando Edward Jenner iniciaba sus primeras inoculaciones de la viruela bovina en humanos, los incendiarios sermones del teólogo inglés Edmund Massey contra cualquier intento de tratar enfermedades infecciosas, concebidas como designios de la voluntad de Dios para castigar el pecado y finiquitar existencias terrenales, habían calado en apreciables sectores de la sociedad británica. Pero a la vuelta de poco más de dos siglos y, si bien algunos grupos religiosos marginales fundamentan su rechazo en aspectos doctrinales, que la mayor parte de las veces ocultan temores personales a sus efectos secundarios o motivaciones políticas, la mayor parte de las religiones apoyan la vacunación como método de prevención.
Tanto católicos romanos como anglicanos, luteranos, metodistas, ortodoxos orientales, metodistas, presbiterianos, episcopalistas, mormones, adventistas, amish y Testigos de Jehová (estos últimos desde la década de los noventas), entre otros, apoyan la vacunación y animan a sus fieles a practicarla. El judaísmo también apoya la vacunación (no vacunar a tu hijo equivale a asesinarlo, decretaba a inicios del siglo XIX el rabino Nachman de Breslov), e igual lo hace el islam. Inclusive en el caso de aquellas vacunas en cuya elaboración se emplean tejidos de cerdo, el judaísmo suele invocar la primacía del bien comunitario y el islam la ley de la necesidad para justificar su aplicación. En el caso del hinduismo y el budismo, a pesar de contar, especialmente el primero, con sus propias tradiciones culturales sanitarias, en aquellos países en los cuales son mayoría, han apoyado las políticas de vacunación de sus gobiernos, sin interferencia alguna.
En el bando de los recalcitrantes y por el lado del cristianismo, podemos mencionar a la iglesia reformista holandesa, cuyo rechazo a las vacunas desde inicios del siglo XIX los ha expuesto a incontables brotes de sarampión, rubéola y poliomielitis, con los consiguientes gastos adicionales para los sistemas de salud pública locales. Los grupos judíos ortodoxos (no todos) que en los Estados Unidos se han opuesto a las vacunas, lo han hecho principalmente por preocupaciones con sus efectos secundarios. Y en Pakistán y Afganistán, los grupos islamistas se han opuesto a los programas de vacunación, argumentando que constituyen solapados intentos occidentales de esterilizar y con ello disminuir el crecimiento de las poblaciones musulmanas (no tiene objeto profundizar en el evidente tinte político, más que religioso, de semejante afirmación).
Sin embargo, el impacto de estos rechazos no puede minimizarse. El problema con estos grupos es que, en momentos y contextos específicos, pueden poner en riesgo la salud comunitaria cuando el número de personas no vacunadas alcanza números sensibles. Con base en esta consideración y dado que numerosos investigadores tienden a coincidir en que la exención por motivos estrictamente religiosos suele esconder motivaciones muy diferentes, como el temor a efectos secundarios o el temor a perder la autoridad en alguna cerrada comuna religiosa, muchos gobiernos locales han eliminado dicha exención cuando carece de fundamento médico, para atender situaciones graves de brotes epidémicos.
10. La vacunación es un negocio de las grandes farmacéuticas, más que un medio eficaz de prevenir enfermedades contagiosas: Parcialmente cierto y necesario de aclaración.
®Sharon McCutcheon (@sharonmccutcheon)
Es cierto. La industria farmacéutica ha sido duramente criticada durante años por su poder económico para el lobby y por su actitud muchas veces egoísta y mercantilista ante aspectos sensibles de la salud humana. Pero esos comportamientos censurables no los contrarrestaremos yéndonos de frente contra las vacunas, por más que pensemos que los tentáculos económicos han infestado todo sistema de salud pública existente.
No. Todo poder económico opresivo en la industria se contrarresta con políticas públicas debidamente fiscalizadas por la ciudadanía (lo cual es muy distinto a propagar rumores), que fomenten el uso de genéricos seguros, eviten las concentraciones monopólicas u oligopólicas que encarezcan los precios y las existencias, que establezcan tiempos de expiración a la exclusividad de las patentes intelectuales y que propicien la colaboración estrecha con organismos internacionales de salud para el control cruzado. Y esa vigilancia incluye también evitar que el lobby antivacunas ingrese en esa danza de millones, con demandas y contrademandas sin fin por supuestos efectos secundarios indeseados.
De eso y no otra cosa nos advierte, llamativamente, uno de los más feroces críticos de la industria farmacéutica, el médico danés Peter Gøtzsche, autor del incendiario libro Medicamentos que matan y crimen organizado, (en el cual no duda en tildar a la industria de corrupta y extorsiva), y quien es claro en sus entrevistas al deslindarse de los movimientos tanto antivacunas como pro medicina alternativa, señalando inequívocamente que la gran mayoría de las vacunas salvan vidas.
11. Es mejor considerar opciones de medicina alternativa para la prevención de enfermedades infectocontagiosas: Falso.
El individuo tiene toda la plena libertad de recurrir a estrategias de salud alternativas que considere relevantes o significativas para sí. Pero ello no lo exime de asumir las consecuencias cuando se trate de afrontar enfermedades infectocontagiosas, máxime si decide usarlas también en aquellos que dependen legalmente de él. Lamentablemente, los virus, las bacterias y los antígenos sí existen. No son conceptos abstractos producto del establishment o de tramas conspirativas reptilianas. Son reales, mucho más antiguos que nuestra especie y se han cobrado su buena factura a costa de nuestras existencias individuales. Y por ello, precisamente, las terapias de medicina alternativa (cuyos fundamentos en muchos casos se establecieron en épocas históricas anteriores al surgimiento de nuestras modernas teorías microbianas), han sido ineficaces en la prevención de las enfermedades infectocontagiosas.
12. La vacunación es una estrategia encubierta para esterilizar y controlar poblaciones: Absurda y descaradamente manipulador.
En 2001, los líderes religiosos conservadores y los políticos del norte de Nigeria prohibieron las campañas de vacunación contra la poliomielitis, en un rechazo generalizado a la medicina occidental, a la que veían como un intento de controlar el tamaño de la población, y paralelo a un esfuerzo de respaldo a la medicina tribal nativa. Producto de ello, Nigeria fue el último país africano en erradicar, tardíamente, el virus. En este mismo sentido, mencionamos ya los casos de grupos extremistas en Afganistán y Pakistán que esgrimen argumentos similares para oponerse a la vacunación, con los nefastos resultados del caso. Y en predios más cercanos, recientemente la vacuna contra el virus del papiloma humano ha empezado a recibir también sordas acusaciones de este tipo.
Es importante señalar, para comprender cabalmente este fenómeno, que los grupos militantes y proselitistas, tanto políticos como religiosos, suelen fundamentar su poder y su robustez en la cantidad de sus seguidores, por lo cual el tamaño de las poblaciones que los siguen es un asunto de suma importancia para ellos. De allí que este tipo de acusaciones sea más frecuentemente esgrimido por agrupaciones de esta naturaleza.
13. La vacunación puede fomentar la promiscuidad sexual, al brindar una falsa sensación de seguridad: Irresponsablemente falso.
®Kaja Reichardt (@kajareichardtphotos)
Esta incriminación en especial, ha ido dirigida en los últimos tiempos a la vacuna contra el virus del papiloma humano, por aplicarse principalmente en niñas mayores de diez años. Pongámoslo de esta manera: cuándo y cómo una persona decida iniciar activamente su vida sexual, dependerá en mucho de la calidad de la educación sexual que haya recibido en su entorno inmediato. Inculcar la responsabilidad y la conciencia en la vida sexual es una obligación ineludible de los padres y madres. Pensar que la administración de una vacuna -que únicamente prevendrá contra algunas cepas de esta enfermedad de transmisión sexual- será por sí sola el banderazo de salida para iniciar la vida sexual, no solo es ignorante: es una alegre e irresponsable transferencia de responsabilidades. La vacuna se aplica preferentemente en mujeres pues es la población más expuesta y en la cual el virus puede causar más estragos (lo anterior no omite, ciertamente, la importancia de su aplicación en la población masculina). Y se aplica en edad relativamente temprana pues la idea es que logren la inmunidad antes de que inicien su vida sexual. Porque de eso se tratan las vacunas, de actuar preventivamente, antes de que los virus empiecen a hacer de las suyas. Nadie está fomentando nada distinto. Nadie pretende insinuar nada entre líneas. Tan simple como eso.
14. La vacunación causa dolor, viola los derechos de los niños o puede ser traumatizante: Sesgado y victimista.
Siempre seguirán siendo infinitamente más dolorosas las secuelas dejadas por enfermedades que pudieron ser perfectamente previsibles, o las rigurosidades de los tratamientos que debieron aplicarse, una vez diagnosticadas y en curso. Cierto: es sumamente contraintuitivo pensar que una filosa aguja insertando una sustancia desconocida en mi cuerpo, mientras me encuentro en estado de inmovilidad y que me dejará efectos secundarios molestos por días, puede ser algo bueno a la larga. En este caso, los temores y los miedos de los padres a la vacunación se hacen patentes en el momento de esta y tornan la experiencia aún más dolorosa y temida. En plena conciencia de eso, se han desarrollado numerosas estrategias para hacer el momento de la vacunación mucho menos inquietante. Pero nada podrá impedir que la experiencia se torne dolorosa cuando en el fondo se encuentren pulsando el miedo o el rechazo de los padres a esa sustancia desconocida que pronto introducirán en mi cuerpo.
Y cuanto a violar derechos…., bueno, volvamos a mencionar a Arthur Caplan. El derecho fundamental del niño es recibir la más alta calidad de vida que podamos darle. Y eso pasa por la mejor cobertura médica a nuestro alcance, con todas las técnicas y conocimientos que podamos poner a su servicio.
La ignorancia es un lujo caro.
®Camylla Battani (westwavephoto.com)
La ignorancia es un lujo caro que nadie puede darse. Ni los individuos ni las sociedades. Porque paga los peores réditos posibles. Y mucho menos cuando esta ataca o echa mano de preciadas conquistas, producto del esfuerzo conjunto de muchas generaciones, a lo largo de décadas, siglos inclusive. La salud pública es una de esas conquistas. Y derivada de ella, la salud privada. Los programas masivos de vacunación, iniciados con los experimentos iniciales del doctor Jenner con los vaqueros rurales ingleses, son una de las más valiosas herramientas jamás inventadas, que nos ha permitido acceder a esa invaluable conquista que es la salud.
Cierto, todos los ciudadanos tenemos el derecho a preguntar sobre los beneficios y los riesgos que pueda conllevar el vacunarnos a nosotros mismos o a aquellos de los cuales somos responsables. Pero también tenemos el deber de informarnos adecuadamente y actuar con seriedad en materia tan delicada. Y para ello, la comunidad científica tiene también la obligación de actuar con rigor y transparencia, escuchar estas inquietudes y educar de manera transparente y ética. El deber moral que a todos nos une en común es el de rechazar todo fanatismo, toda explicación sesgada, toda justificación pseudocientífica motivada por el desdén al conocimiento o por intereses más ocultos y egoístas.
Está en juego la salud y la calidad de vida no solo de las generaciones actuales, sino también de las futuras. Ninguna conquista debe nunca darse por asegurada. Todo capital en cualquier momento puede dilapidarse. Y este no es la excepción. Ya hemos sido bastante condescendientes, muchas veces, con el rechazo al conocimiento, con el desdén por la evidencia y el desprecio por el rigor científico. Y con ello no hemos sino envalentonado a la irresponsabilidad, a la ligereza y a quienes se sienten a gusto con ellas. Esto es algo en lo que no podemos ceder como sociedad. A menos que no nos importe en lo más mínimo que en el futuro nuestros descendientes se vayan a la cama cada noche, con el horror a la viruela.
Luis Diego Guillén
info@luisdiegoguillen.com
Don Luís, dejeme decirle que usted tiene una gran habilidad lingüistica para dar vuelta los argumentos. Su erudita verborrea solo logra confundir a aquellos incautos que les da flojera efectuar una investigación personal y solo se dedican a replicar como periquitos bulos como los escritos por usted.
Los peyorativamente llamados «antivacunas» no son otra cosa que grupos de padres con hijos dañados por diferentes vacunas y que debido a estos efectos adversos empesaron una larga busqueda e investigación para poder entender que les estaba ocurriendo a sus bebes y niños.
Esa información siempre debio haber sido entregada por quienes fueron supuestamente preparados para explicar, contener y buscar una solución. Me refiero a médicos pediatras y médicos en general. Sin embargo la mayoria a dejado de dar cumplimiento al juramento hipocrático.
Creo que usted es un buen psicólogo de masas, pero sabe poco o nada de inmunología y derechos civiles. Prefiero pensar que es ignorante en estos temas y no que deliberadamente esta engañando a su público. Esto último sería de una desidia tremenda considerando que hablamos de la salud y bienestar de niños principalmente.
Le agradesco que dejara claro el hecho histórico que el «movimiento antivacunas» comenzo en los días de Jenner y no con el dr. Wakefield como pregonan la mayoria de los bloggeros de su clase.
Creo que hoy en vista de la actual situación de pandemias de autismo y enfermedades autoinmunes no le hace un favor nadie con principios en este planeta.
Usted con estas publicaciones solo está protegiendo corporaciones farmacéuticas y el bolsillo de ellos.
El servilismo a ellos y a todos los lobbystas de la Industria ya es un secreto a voces.
El tiempo y la historia juzgara quienes en realidad estubieron del ‘lado obscuro de la fuerza’. 😒
Saludos cordiales, estimado Iván. Gracias por su vehemente retroalimentación. Dado lo profuso y difuso de su peyorativa, paso a referirme a lo que percibo sus principales líneas argumentativas:
a) Me endilga el ser el propagador de argumentos oscuros y a llenarme de descalificaciones ad-hominem, pero no se toma usted la más mínima molestia de adjuntar la evidencia que respalde sus contra argumentos. Eso, mi querido amigo, es precisamente marca de fábrica de los movimientos pseudocientíficos, entre los cuales, sí, no se lo niego, coloco al tronco principal de los antivacunas. En ese sentido, por lo visto usted tampoco se toma muy en serio eso de realizar «una investigación personal».
b) Los movimientos antivacunas, me temo, mi estimado Iván, son mucho más complejos que simplemente grupos de padres con hijos dañados con diferentes vacunas. Apartando a este grupo, que tiene legítimamente su derecho a hacerse oír con la evidencia del caso, tenemos también incluido el lobby legal antivacunas que lucra de estos padres desesperados con litigios millonarios e interminables, propagadores de pseudoterapias alternativas que no superan el margen placebo en los estudios de laboratorio, y movimientos con intenciones de control político que usan a su vez pseudo argumentos que van desde lo dizque científico hasta lo dizque religioso.
c) Partiendo de su legítima preocupación por padres preocupados por daños que las vacunas eventualmente le hubiesen causado a sus seres queridos, tenemos el problema de sus defensores en alta voz no han logrado fundamentarse o presentar estudios con el rigor científico adecuado a la fecha, con profundos problemas de replicabilidad, diseño, control de variables extrañas entre otros. El problema, mi muy querido Iván, no es que no pueda haber una supuesta relación causal entre una vacuna y el autismo, para citar el ejemplo que le desvela. Es que la supuesta evidencia contundente que dicen tener, nunca termina de aparecer por ningún lado.
d) Con respecto a los médicos, los acusa usted mayormente de faltar por interés a su deber médico. Es propio de los movimientos antisistema hacer acusaciones generalizadas y anónimas. No daremos espirales en este punto: es importante las evidencias y las denuncias formales en este punto. EL grueso de los médicos que conozco y con los que he trabajado, dan información variada y responsable a sus pacientes y desestiman medicamentos y tratamientos cuando tienen dudas.
e) En cuanto a que soy un buen psicólogo de masas: Gracias por el elogio, pero está en un error. Mi canal de comunicación es escrito, y las masas no leen.
f) Con respecto a mis conocimientos escasos de inmunología y derechos civiles: Lo siento. Me asesoro muy bien antes de plantear una postura. Y escucho los pros y los contras bien fundamentados (hago una excepción con usted pues su único recurso es la descalificación personal).
g) En cuanto a mi ignorancia en temas o mi eventual intención de engañar a mi público: Ni uno ni otro. Me informo y me esmero por la salud de mis congéneres. No pierda su tiempo intentando brindarme esa falso beneficio de la duda por parte suya.
h) Con respecto a su agradecimiento por señalar el hecho histórico de que los antivacunas arrancaron con Jenner: Con gusto. Paradójicamente, nada mal para alguien a quien usted acusa de no informarme, ¿no?
i) Con respecto a su aseveración de pandemias de autismo y enfermedades autoinmunes: Se está lejos de llegar a un consenso sobre la naturaleza etiogénica del trastorno autista y de las enfermedades autoinmunes. En el caso del primero, las teorías del gen susceptible con activación ambiental siguen siendo las de mayor poder explicativo (lo sé porque trabajé muchos años en educación). En cuanto a las enfermedades autoinmunes, actualmente se suele manejar el mismo marco teórico. Las teorías que tienden a asociarlas con infecciones de naturaleza bacteriana o viral, las cuales plantean que precisamente los procesos autoinmunes surgen del descontrol en una respuesta inmunitaria inducida contra el antígeno microbiano (y que harían las delicias de los antivacunas) han ido siendo dejadas a un lado (si bien no descartadas del todo), para valorar lo que son actualmente las hipótesis principales de trabajo, en general ligadas a las disfunciones de la tasa de permeabilidad intestinal.
j) «Usted con estas publicaciones solo está protegiendo corporaciones farmacéuticas y el bolsillo de ellos»: Si se toma la más leve molestia de leer mi artículo, o lo hizo y lo pasó por alto, en este punto reconozco el peso del lobby farmacéutico y por el contrario insisto en la importancia de una adecuada regulación institucional en materia de salud. Adicionalmente, no tengo ningún interés en protegerlos. Tampoco me debo al bolsillo de ellos. Casos abundan de egoísmo por parte de estas corporaciones, pero llamativamente con medicamentos diseñados para enfermedades específicas y no vacunas. «Mi compromiso principal es con los accionistas», declaró públicamente un famoso CEO, si mal no recuerdo de Bayer.
k) «El servilismo a ellos y a todos los lobbystas de la Industria ya es un secreto a voces». Estimado Iván. El peso de las farmacéuticas nadie en sus cinco sentidos lo niega. El punto es una gestión que permita a) que los intereses de las farmacéuticas (que tienen el know-how, la experiencia y las tecnologías de producción) no se cartelicen, y b) que los sistemas de salud públicos velen efectivamente por la adecuada gestión de las vacunas. E
l) «El tiempo y la historia juzgara quienes en realidad estubieron del ‘lado obscuro de la fuerza’»: El tiempo y la historia ya lo están haciendo y el balance es positivo: erradicación de enfermedades que atormentaron los cuerpos y los temores de nuestros antepasados durante siglos; un fuerte aumento de la curva poblacional a partir de la implementación cruzada de las vacunas junto a los antibióticos; c) una democratización de la salud al permitir una mejoría en la salud pública mediante la prevención en vez de la atención terciaria a quienes han sufrido el impacto de estas enfermedades, lo cual es más barato.
Si desea combatir al «lado obscuro de la fuerza», mi querido Iván, es importante que dejen de citar estudios que nunca aparecen, víctimas masivas de las que nunca dan nombres ni referencia, evidencias que no se encuentran, repartir descalificaciones en vez de plantear contra argumentos sólidos y justificar todo ello con ubicuas conspiraciones superiores que borran evidencia y mueven hilos.
Agradezco su valiosa retroalimentación y el tiempo que se ha tomado para refutarme.
De usted respetuosamente,
Luis Diego Guillén.